Agosto es ese mes en que muchas oficinas parecen quedarse vacías, las agendas se relajan y la sensación, para quien sigue activo, es la de un país a medio gas. Pero lejos de considerarlo un simple periodo de supervivencia, agosto puede convertirse en el mejor aliado para repensar procesos, organizar tareas y preparar el impulso que necesita septiembre. Aprovechar el llamado ‘slow work’ es no sólo posible, sino estratégico para quienes quieren ganar ventaja tras el verano.
Un mes distinto: el descenso del ritmo habitual
Los datos lo confirman: según un análisis reciente de Ringover, la productividad media en jornada laboral se sitúa en 4h36m efectivas al día, con el resto de la jornada repartida entre reuniones, interrupciones y tareas inconclusas. Contrario a lo que se piensa, la actividad baja de agosto permite más tiempo de concentración real. Las propias estadísticas muestran que en sectores como el tecnológico o el de servicios corporativos, donde las plantillas se reducen temporalmente, las tareas estratégicas y los proyectos de fondo avanzan mejor en este mes.
Cómo aprovechar la tranquilidad de agosto
Plantearse si agosto debe ser solo un periodo de transición o un campo de pruebas tiene sentido cuando se mira a Europa. Países líderes en productividad por hora trabajada, como Países Bajos o Dinamarca, han demostrado que jornadas menos saturadas permiten mejores resultados. Esto se traduce en que el ‘slow work’ puede hacernos más competitivos: menos urgencia, pero más calidad en el trabajo.
Tareas que sí avanzan: planificación y revisión
Aprovechar agosto no es cuestión de rellenar horas, sino de elegir el foco adecuado. Por ejemplo, la planificación del cuarto trimestre o la revisión de procesos internos pueden avanzar sin el bombardeo de notificaciones. De hecho, estudios sobre gestión del tiempo demuestran que los meses con menos presión externa son los más propicios para tareas de revisión estratégica, como por ejemplo:
- Planificación de septiembre y objetivos: Es el momento de establecer hojas de ruta realistas que se alineen con la realidad tras las vacaciones.
- Análisis de procesos y automatización: La baja carga de trabajo deja hueco para evaluar qué tareas pueden mejorarse o digitalizarse.
- Formación interna exprés: Microcursos rápidos y repasos de competencias técnicas suelen tener mayor acogida cuando no hay sobrecarga operativa.
Espacio para la innovación (y el orden)
La calma de agosto también favorece la aparición de ideas nuevas. Las empresas que reservan tiempo para la innovación en esta etapa suelen registrar propuestas que después tienen impacto en sus proyectos futuros. Además, no debe subestimarse el valor de ordenar archivos, limpiar cuentas de correo y dejar todo listo para un arranque más eficiente. Según Randstad, el 61% de los empleados que trabajan en agosto aprovechan para concluir pendientes y ordenar su espacio de trabajo, lo que repercute en una vuelta más fluida en septiembre.
Conciliación y beneficios colaterales
No todo es impulso productivo: para quienes trabajan en agosto, existen ventajas adicionales. Días más tranquilos, menos desplazamientos y la sensación de avanzar sin la presión habitual ayudan a mejorar el bienestar. Además, muchas compañías aprovechan para ofrecer jornadas reducidas o salida flexible, lo que —según datos de Adecco— incrementa la satisfacción y la motivación postvacacional en un 24%.
Preparando la pista de despegue para septiembre
Entrar en septiembre con las ideas claras, procesos afinados y una agenda bien planificada puede ser la diferencia entre un arranque caótico y una puesta en marcha eficaz. Así, agosto deja de ser el mes “lento” para transformarse en el auténtico trampolín hacia un nuevo ciclo, donde lo importante no es cuánto hacemos, sino cómo y para qué lo hacemos.